Para llegar a esta ciudad pasamos sin detenernos por Los Ángeles y en sus afueras visitamos a Euge, una argentina amiga de Marysol (muy amiga nuestra). Nos recibieron en su departamento con tamales mexicanos y rica cerveza. Euge está casada con Sebastián, un “gringo” de padres argentinos. Como la mayoría de los yanquis, Sebastián tiene herramientas y muy amablemente nos ayudaron a arreglar la pata del camper, extendiéndose nuestra visita un par de días. Luego de una añorada dosis de argentinidad y algo de descanso de tantos kilómetros manejados, nos fuimos para San Diego sabiendo poco y nada de la ciudad, con el objetivo de completar las 4 esquinas de Estados Unidos. Llegamos a la tardecita a la isla Coronado, en la que se encuentra construido uno de los hoteles de madera más grande de USA, de fines del siglo XIX. Caminamos por la playa un rato y después fuimos a la orilla de la isla que da a la ciudad, pudiéndose observar una muy linda vista del centro de San Diego. Ya en la ciudad caminamos por el paseo marítimo con tiendas, restaurantes, y la famosa estatua del beso entre un marinero y una chica. Al lado se encuentra un majestuoso portaviones que participó en la segunda guerra mundial, hoy devenido en museo.
Tratándose de una ciudad grande, teníamos la problemática de donde pasar la noche. Nuestra aplicación de referencia nos indicaba un estacionamiento de la estación de tren. Al llegar, vimos que era debajo de un puente, rodeado de homeless. Como había otros motorhomes y ya era de noche, decidimos quedarnos ahí. De a ratos, por encima nuestro pasaban trenes que nos despertaban bruscamente. Pero la ubicación fue ideal para ir al día siguiente a visitar el Old Town que se encontraba literalmente al lado. Nos gustó mucho recorrer esta zona ya que es donde se fundó la villa de San Diego en tiempos de la colonia española, manteniéndose muchas edificaciones de aquella época. Nos sentimos un rato como en un México antiguo.
Continuamos nuestro tour por la ciudad, yendo a La Jolla (si, con “ll”), una playita al lado de un terraplén donde habitan un centenar de focas y leones marinos que te les podés acercar a un metro si querés! Luego de sacar fotos nos metimos al mar y descansamos por un par de horas, ya que todavía nos faltaba conocer el parque Balboa rumbo al centro de la ciudad.
A principio del Siglo XX hicieron este parque con edificaciones al estilo español-mexicano para una exposición. Hoy ha quedado como paseo y centro de actividades. Tuvimos la suerte que estaba tocando un grupo de covers de música de los 70s y 80s. Nos pusimos a bailar un cha-cha-cha y fue gracioso que al terminar una señora se nos acercó a decirnos que le encantó nuestro baile!
No volvimos al lugar “bajo el puente”; esa noche la pasamos en un barrio residencial sin homeless…
Al día siguiente, fuimos al monumento Cabrillo donde según TripAdvisor habría una vista panorámica de la ciudad. La verdad que no nos pareció que valiera la pena. Como de casualidad también estaba de visita Rocío, una prima mexicana de Luli, nos encontramos con ella y volvimos a “La Jolla”, donde repetimos el riquísimo almuerzo del día anterior: una taquería arrebatada de gente pero que sí fue un buen consejo de TripAdvisor.
Teniendo pocas expectativas de San Diego, la ciudad nos sorprendió y mucho. Con sus cuidados barrios residenciales, las playas, el centro, el clima y su historia colonial, nos encantó. Dejamos San Diego continuando por la costa, pero ahora en sentido norte. Nos esperaban Los Angeles y Las Vegas.