Blog de Colombia parte 8
No podíamos irnos de la famosa zona cafetera sin tomar un tour en alguna finca. Alrededor de la ciudad de Salento había muchas opciones. Finalmente terminamos eligiendo por recomendación la Finca “El Ocaso”, donde aprendimos un poco sobre el proceso “de la planta a la mesa” en un marco natural super verde. Si bien no es un tour personalizado, estuvo bien didáctico. Aunque más adelante tendríamos una experiencia cafetera remarcable (continuar leyendo!).
Cambio de planes
En nuestros meses en Colombia, nos tocó una seguidilla de malos caminos que habían dejado en el Camper heridas de guerra. Era la hora de repararlo, especialmente la barra donde los tensores lo sujetan para unirlo con la camioneta. Por suerte Héctor, un local de la ciudad de Armenia, nos brindó su casa. Además, uno de sus empleados, hizo un muy buen trabajo de soldadura. Martín nuevamente utilizó su habilidad culinaria para agradecerles a los nuevos anfitriones.
Lo genial de este viaje es que no estamos atados a itinerarios. Si bien teníamos pensado cruzar la cordillera central colombiana, decidimos ir nuevamente hacia el norte para visitar unas aguas termales que habían quedado pendientes. Parece que estábamos extrañando las aguas calientes del caribe! Así que encaramos hacia la ciudad de Santa Rosa de Cabal, y desde ahí unos 20 minutos de ripio cuesta arriba por la sierra, hasta llegar finalmente a las Termas de San Vicente. Disfrutamos de dos días de piscinas naturales, ríos termales, baños turcos con vapor volcánico, todo dentro de un marco muy natural: aire fresco, vegetación selvática e hilos de cascadas a lo lejos.
Era hora de hacer un cambio rotundo, ir al Desierto de Tatacoa. Un desierto en Colombia? Pues sí. Pero antes había que pasar la tediosa “línea”, ruta que sobrelleva la cordillera central conectando dos valles importantes del país: uno donde se encuentra Bogotá y el otro donde se encuentra Cali. Lleva un par de horas cruzarla debido a sus miles de curvas punzantes y los cientos de camiones con acoplados casi siempre en primera marcha. Realmente una experiencia estresante pero con vistas muy bonitas. Esa noche llegamos al Camping Hacienda Altamira, regido por una amorosa familia. Allí la hospitalidad se respira, y es por eso que nos terminamos quedando dos noches. Nos la pasamos intercambiando recetas de cocina y disfrutando de la tranquilidad de la zona, como si fuéramos amigos de toda la vida. Mientras tanto, contemplamos la ciudad de Ibagué y su bullicio desde esta colina maravillosa.
Luego de tantas postergaciones, tomamos el camino “no oficial” que nos llevaría al Desierto de Tatacoa. Manejamos por túneles y puentes bastante precarios que hicieron la aventura más entretenida. Pasamos de la selva montañosa a los campos de arrozales, y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos rodeados de lo que sería el comienzo de un paisaje árido. No era la primera vez que calculábamos mal los tiempos, y fue así como nos agarró la noche en unos de los pueblos humildes de la zona. Nos estacionamos donde pudimos, y al bajar del auto nos percatamos de la tranquilidad y belleza del lugar
que nos rodeaba. Sin embargo, la tranquilidad fue interrumpida por los mosquitos que no tardaron en atacar como nunca antes visto, y por un grupo de niños que se predisponían a jugar al futbol. Imaginen la satisfacción de Martín al participar de un partido luego de casi dos años viajando!
Ya por la mañana siguiente, ingresamos al desierto propiamente dicho. Sabiendo que probablemente no tendríamos señal, avisamos a nuestras familias que nos ausentaríamos del mundo por un par de días. El desierto fue una buena excusa para cortar con tanta selva, montaña, lluvia y cafetales. Si bien sus paisajes no son de ensueño, la tranquilidad y desconexión fueron renovadores. Los días se nos pasaron volando. Por las mañanas y las tardes (las horas más “frescas”) realizábamos caminatas perdiéndonos por los alrededor. Nos la pasamos cocinando de todo (hasta el pan era casero!). Al ocultarse el sol, preparábamos las fogatas que arderían bajo la luz de la luna hasta el momento de acostarnos. Uno de los días más calurosos, nos internamos en una piscina que hizo la pesada tarde más llevadera. Y como despedida del desierto, recorrimos el sector “rojo” donde la singular silueta del paisaje se convierte en el personaje de “La mole” de los comics de Marvel.
Llegó el turno de volver a la vida real, a la civilización, a la montañosa Colombia que ya conocíamos. Esta vez a la zona de San Agustín, donde los paisajes se mezclan con distintos puntos arqueológicos parte
Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO. Es que la civilización que estuvo por esta zona dejó varias tumbas y reliquias que valen la pena visitar. Especialmente las estatuas y tumbas milenarias que se pueden ver tanto en el museo de la ciudad como in situ donde originalmente fueron construidas y encontradas.
Pasamos las primeras noches en una finca muy bonita, pero la turbiedad del agua nos hizo movernos al estacionamiento de un hostel en el que transcurrimos las siguientes noches. En este sitio, nos sumamos a una excursión en jeep junto a un grupo de mochileros. Visitamos a lo largo del día tres sitios arqueológicos y dos cascadas muy bonitas, siempre rodeados de caña de azúcar, papayas, café, plátanos y lulo (fruta local que nos encantó).
Algo curioso
Pero lo anecdótico sucedió al final de la excursión. El día caducaba. Estábamos agotados luego de visitar tantos lugares nuevos distintos. En un momento el jeep tomó un corto desvío y tras unos metros se detuvo. Fue entonces cuando cuatro de los australianos con los que estábamos charlando agarraron sus bolsos, y con unas sonrisas nerviosas se despidieron de nosotros. Curiosos, los vimos perderse entre las fincas. Estaban hospedados en el mismo hostel que nosotros, entonces, a dónde se dirigían? Notamos como una de las chicas que quedaba en el jeep no estaba tan desconcertada como nosotros, por lo que decidimos preguntarle. Se puso un poco nerviosa, pero logró sacarnos de la duda. Los australianos habían ido a una “actividad extra” del tour: ni más ni menos que a un laboratorio de cocaína. Confundidos, llegamos a varias conclusiones. Por empezar, estas plantaciones debían estar a pocos metros de la finca en la que nos habíamos hospedado las primeras noches. Como pudimos tenerlas EN FRENTE DE NUESTRAS NARICES y no darnos cuenta? Cuanta ingenuidad! Si bien uno está expuesto continuamente a la venta de coca, por momentos uno tiende a hacerse la idea que la producción ocurre en lugares siniestros y alejados de uno. Pero no, probablemente nos haya acompañado durante nuestros tres meses en Colombia. Por otro lado, tan poca pinta de drogones tenemos que el dueño del hostel ni siquiera nos ofreció el tour de narcóticos? Si tuviéramos tatuajes o fuéramos australianos, nos hubiera ofrecido? Volvimos al Camper indignados. Nos quedamos despiertos hasta tarde (para variar), atentos el momento en el que volvieran los australianos. Sin embargo, se hizo bien tarde y no aparecieron. Acaso el tour venía con souvenir?
Dedicación con aroma de café
Más allá de la parte arqueológica y los paisajes, nuevamente lo humano florece en Colombia. Antes de dejar San Agustín, decidimos tomar el tour de “Coffee Mujer”, tan recomendado en nuestra aplicación de cabecera Ioverlander. De esta forma conocimos a Doña Oliva, una mujer extraordinaria que abre las puertas de su propia casa a todos los interesados en aprender sobre el proceso del café. Tiene las plantaciones en su propio patio y todas las herramientas y maquinaria para hacer un café súper artesanal. Con mucho oficio y dedicación, nos hizo participar de todo el proceso: la recolección, el lavado, secado, selección, tostado y molienda. TODO de la forma más tradicional y manual posible. Esta vez el tour sí fue personalizado, hasta pudimos llevarnos el riquísimo café molido por nosotros mismos a muy buen precio.
Estas fueron nuestras aventuras en Blog de viajes Colombia parte 8. Quieren saber sobre nuestros comienzos en este país?
Nos quedaban visitar dos destinos antes de escaparnos por dos meses a Europa: la ciudad colonial de Popayán y el pueblo indígena de Silvia, denominado la Suiza de América. Sigannos!